El cáncer de hígado, también conocido como carcinoma hepatocelular (CHC), es una enfermedad maligna que se origina en las células del hígado. Es uno de los cánceres más comunes a nivel mundial y, en muchos casos, se desarrolla en personas con enfermedades hepáticas preexistentes, como cirrosis o infección crónica por el virus de la hepatitis B o C. El cáncer de hígado puede ser agresivo y, si no se detecta y trata a tiempo, puede tener consecuencias graves.
Existen varios tipos de cáncer de hígado, pero el carcinoma hepatocelular es el más común. Este tipo de cáncer suele presentarse en un solo lóbulo del hígado antes de diseminarse a otras partes del órgano o incluso a otros órganos del cuerpo.
Los síntomas del cáncer de hígado pueden variar, y en las etapas tempranas, la enfermedad puede no producir síntomas evidentes. A medida que avanza, los síntomas pueden incluir dolor en el abdomen superior derecho, pérdida de peso no explicada, fatiga, debilidad, pérdida de apetito, hinchazón abdominal (ascitis), ictericia (coloración amarillenta de la piel y los ojos) y sangrado fácil.
El tratamiento del cáncer de hígado depende de la etapa en la que se encuentre la enfermedad, la salud general del paciente y otros factores. Las opciones de tratamiento pueden incluir cirugía para extirpar el tumor o una parte del hígado (resección hepática), trasplante de hígado, ablación (destrucción del tejido canceroso con calor o frío), embolización (bloqueo de los vasos sanguíneos que alimentan el tumor), radioterapia y quimioterapia.
El pronóstico del cáncer de hígado depende en gran medida de la etapa en que se diagnostique la enfermedad. En las etapas tempranas, cuando el cáncer está confinado al hígado y es operable, las tasas de supervivencia son más altas. Sin embargo, en etapas avanzadas, cuando el cáncer se ha diseminado fuera del hígado, las opciones de tratamiento pueden ser limitadas y las tasas de supervivencia son más bajas.
La prevención del cáncer de hígado es importante y puede incluir vacunación contra la hepatitis B, reducción del consumo de alcohol, manejo de enfermedades hepáticas crónicas y evitación de la exposición a factores de riesgo como la aflatoxina (una sustancia química producida por ciertos tipos de hongos en alimentos). El diagnóstico temprano a través de exámenes médicos de rutina y pruebas de detección en personas con factores de riesgo también es fundamental para mejorar las posibilidades de tratamiento exitoso.